domingo, 8 de julio de 2012

Aprender a admirar y agradecer


Autor:Antonio Pérez Esclarín, educador

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La vida es el don más maravilloso, basamento de todos los demás, que nos fue dada graciosamente, como el más sublime de los regalos. Nadie de nosotros pudimos elegir nacer o no nacer, ni tuvimos la posibilidad de escoger nuestra forma física, nuestro tamaño, el color de nuestros ojos, la textura de nuestra piel, los grados de nuestra inteligencia.
Tampoco pudimos seleccionar a nuestros padres, ni el país donde nacer, ni el tiempo o contexto histórico. Nacimos en una determinada matriz cultural que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos.
Somos hijos de una familia concreta y de un país que debemos conocer, querer y servir. Somos únicos e irrepetibles, un imposible milagro entre milagros, y debemos asumir la vida en una actitud de asombro, agradecimiento y humildad.
Con la vida nos llegaron otros muchísimos regalos: el amor de los padres, los hermanos y demás familiares, la palabra, la risa, la salud, la fe, la educación, los pájaros, los ríos, las estrellas, las montañas, las flores, todo lo que existe a nuestro alrededor y nos posibilita o alegra la vida. De hecho, y sin importar lo agradecidos o desagradecidos que seamos, estamos continuamente recibiendo innumerables regalos.
Desde que nos paramos en la mañana, hasta el enorme regalo que es el sueño, estamos recibiendo regalos: el aire que respiramos, el agua que refresca nuestros cuerpos y se lleva las costras de nuestro sueño, el aroma y el sabor del café, los primeros saludos, los alimentos que desayunamos y que renuevan nuestra vida, las demás personas con las que nos encontramos, la ropa que nos ponemos… ¿Se han puesto a pensar alguna vez en todas las personas que nos ofrecieron sus manos, sus esfuerzos y su trabajo para que nos podamos tomar un cafecito o poner, aunque lo hagamos inconscientemente y tal vez con la cara todavía amodorrada de sueño, el pantalón, el vestido o la camisa?
Todo, ciertamente, es un regalo. De ahí la necesidad de recuperar la capacidad de asombro y empezar a admirar y agradecer todo lo que somos y todo lo que recibimos. Por todo ello, empieza a valorar todo lo que eres y tienes, todo lo que recibes continuamente y muéstrate agradecido. La gratitud es un sentimiento que nos eleva el corazón.
Haz un alto en tu agitado caminar y piensa cómo vives la vida y si eres capaz de exprimir el dulce jugo que empapa todo lo que hay y todo lo que te sucede. Proponte empezar a disfrutar de todo: de la explosión luminosa del amanecer, del aroma del café, del canto de los pájaros, del vuelo redondo de la mariposa, de la sonrisa de tus hijos…, y también del desasosiego de las colas, de la cara gruñona de tu jefe, de las respuestas injustas de tus hijos adolescentes.
Proponte vivir cada instante de cada nuevo día en la alegría y en la paz. No permitas que nada ni nadie nuble tu corazón. No dejes que la amargura, la violencia, el rencor de los demás te salpiquen y te roben la paz y la alegría.
Derrótalos, más bien, con tu buen ánimo, con tu actitud positiva, con la sonrisa y el brillo luminoso de tus ojos. Que tu bondad sea más fuerte que su maldad. Si otros eligen ofender, maltratar, negar la vida, tú elige bendecir, ayudar, alegrar. Y proponte ser un regalo para todas las personas con las que te encuentres: que después de conversar contigo, se vayan más contentas, animadas, estimuladas…Recuerda que tú solo no puedes cambiar el mundo, pero sí puedes hacer que las personas a tu alrededor sean más felices o más infelices, que puedes ser un sembrador de esperanza y vida o un sembrador de pesimismo y muerte. Y si todos eligiéramos mejorar nuestro pequeño mundo, salir de nuestro egoísmo y empezar a regalar sonrisas y alegrías, el gran mundo cambiaría.

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