viernes, 11 de octubre de 2013

Domingo por la Santísima Trinidad.

[ † ] Domingo por la Santísima Trinidad. 13/10/2013. Excepto causa grave, no asistir a Misa dominical es pecado GRAVE (Catecismo 2042, 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). Precepto: Misa ENTERA. Víspera del Domingo comienza el Sábado a las 15 o 16:00 hs según diócesis
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Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estando cerca de un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían:
"Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros".
Al verlos, Jesús les dijo:
"Vayan a presentarse a los sacerdotes".
Y mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, viendo que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Entonces dijo Jesús:
"¿No eran diez los que quedaron limpios?; ¿dónde están los otros nueve? ¿No ha vuelto más
que este extranjero, para dar gloria a Dios?"
Después le dijo al samaritano:
"Levántate y vete; tu fe te ha salvado".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las “palabras de vida eterna” (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). “Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso”. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: “quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

† Misal

28a. Dom Ord Ciclo C

Antífona de Entrada

Si conservaras el recuerdo de nuestras faltas, Señor, ¿quién habría que se salvara? Pero tú, Dios de Israel, eres Dios de perdón.

Se dice "Gloria".

Oración Colecta

Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe siempre, de manera que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.


Primera Lectura

Volvió Naamán adonde estaba el hombre de Dios y alabó al Señor
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17
En aquellos días Naamán, general del ejército de Siria, que estaba leproso, se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.
Volvió con su comitiva adonde el hombre de Dios y se le presentó diciendo:
"Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel. Te pido que aceptes estos regalos de parte de tu servidor".
Pero Eliseo contestó:
"Juro por el Señor, en cuya presencia estoy, que no aceptaré nada".
Y por más que Naamán insistía, Eliseo no aceptó. Entonces Naamán le dijo:
"Ya que te niegas, concédeme al menos que me den unos sacos con tierra de este lugar, los que puedan llevar un par de mulas. La usaré para construir un altar al Señor tu Dios, pues a ningún otro dios volveré a ofrecer más sacrificios".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del Salmo 97
El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.
Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria.
El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.

El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel.
El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.

La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor.
El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad.

Segunda Lectura

Si nos mantenemos firmes, reinaremos con Cristo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación y, con ella, la gloria eterna.
Es doctrina segura:
Si morimos con él, viviremos con él.
Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya. 
Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan.
Aleluya.

Evangelio

¿No ha vuelto más que este extranjero, para dar gloria a Dios?
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estando cerca de un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían:
"Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros".
Al verlos, Jesús les dijo:
"Vayan a presentarse a los sacerdotes".
Y mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, viendo que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Entonces dijo Jesús:
"¿No eran diez los que quedaron limpios?; ¿dónde están los otros nueve? ¿No ha vuelto más
que este extranjero, para dar gloria a Dios?"
Después le dijo al samaritano:
"Levántate y vete; tu fe te ha salvado".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Se dice "Credo".

Oración de los Fieles

Celebrante:
Llenos de confianza en el Señor, oremos, hermanos y hermanas, por todas las personas y por sus necesidades:

Respondemos: Padre, escúchanos.
Para que Dios conceda el espíritu de paciencia y caridad a los cristianos perseguidos por su nombre, y los ayude a ser testigos fieles y verídicos de su Evangelio, roguemos al Señor.
Padre, escúchanos.

Para que Dios conceda prudencia a los gobernantes y honradez a todos los súbditos, a fin de que se mantengan la armonía y la justicia en la sociedad, roguemos al Señor.
Padre, escúchanos.

Para que el Señor, el único que puede hacer prosperar el trabajo humano, bendiga los esfuerzos de los trabajadores y haga que la tierra dé frutos abundantes para todos roguemos al Señor.
Padre, escúchanos.

Para que Dios no permita que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de él, nos sintamos como arrancados de este mundo; sino que, confiados y con una gran paz, lleguemos a la vida feliz y eterna, roguemos al Señor.
Padre, escúchanos.

Celebrante:
Dios nuestro, fuente y origen de la vida temporal y eterna: escucha las oraciones de tu Iglesia y haz que no busquemos únicamente la salud del cuerpo; que los que nos hemos reunido este domingo volvamos a alabarte por el don de la fe, y que toda la Iglesia sea testigo de la salvación que tú obras continuamente en Cristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.


Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, nuestras ofrendas, y concédenos que esta Eucaristía nos ayude a conseguir la gloria del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.


Prefacio

Las etapas de la historia de la salvación en Cristo
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque él, con su nacimiento, restauró nuestra naturaleza caída; con su muerte, destruyó nuestro pecado; al resucitar, nos dio nueva vida; y en su ascensión, nos abrió el camino de tu Reino.
Por eso,
con los ángeles y los santos, ten cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

Los que buscan riquezas sufren pobreza y padecen hambre; los que buscan al Señor
no carecen de nada.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Te pedimos humildemente, Señor, que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo que hemos recibido en alimento, nos comuniquen su misma vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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† Meditación diaria
Vigésimo octavo domingo
ciclo c
SER AGRADECIDOS
— Curación de los diez leprosos.
— El Señor nos espera para darle gracias, pues son incontables los dones que recibimos cada día.
— Ser agradecidos con todos los hombres.
I. La Primera lectura de la Misa1 nos recuerda la curación de Naamán de Siria, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo. Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel, exclamó Naamán al comprobar que se encontraba sano de su terrible enfermedad. En el Evangelio de la Misa2, San Lucas nos relata un hecho similar: un samaritano –que, como Naamán, tampoco pertenecía al pueblo de Israel– encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.
Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia del lugar donde se encontraban el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la Ley prohibía a estos enfermos3 acercarse a las gentes. En el grupo va un samaritano, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos4, por una enemistad secular entre ambos pueblos. La desgracia les ha unido, como ocurre en tantas ocasiones en la vida. Y levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente a su Corazón: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Han acudido a su misericordia, y Cristo se compadece y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley5, para que certificaran su curación. Se encaminaron donde les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban, obedecieron. Y por su fe y docilidad, se vieron libres de la enfermedad.
Estos leprosos nos enseñan a pedir: acuden a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias. Y nos muestran el camino de la curación, cualquiera que sea la lepra que llevemos en el alma: tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer. La voz del Señor resuena con especial fuerza y claridad en los consejos que nos dan en la dirección espiritual,
II. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Nos podemos imaginar fácilmente su alegría. Y en medio de tanto alborozo, se olvidaron de Jesús. En la desgracia, se acuerdan de Él y le piden; en la ventura, se olvidan. Solo uno, el samaritano, volvió atrás, hacia donde estaba el Señor con los suyos. Probablemente regresó corriendo, como loco de contento, glorificando a Dios a gritos, señala el Evangelista. Y fue a postrarse a los pies del Maestro, dándole gracias. Es esta una acción profundamente humana y llena de belleza. “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras, “gracias a Dios”? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”6. Ser agradecido es una gran virtud.
El Señor debió de alegrarse al ver las muestras de gratitud de este samaritano, y a la vez se llenó de tristeza al comprobar la ausencia de los demás. Jesús esperaba a todos: ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están?, preguntó. Y manifestó su sorpresa: ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino solo este extranjero? ¡Cuántas veces, quizá, Jesús ha preguntado por nosotros, después de tantas gracias! Hoy en nuestra oración queremos compensar muchas ausencias y faltas de gratitud, pues los años que contamos no son sino la sucesión de una serie de gracias divinas, de curaciones, de llamadas, de misteriosos encuentros. Los beneficios recibidos –bien lo sabemos nosotros– superan, con mucho, las arenas del mar7, como afirma San Juan Crisóstomo.
Con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras necesidades y carencias que para nuestros bienes. Vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud. O pensamos que nos es debido a nosotros mismos y nos olvidamos de lo que San Agustín señala al comentar este pasaje del Evangelio: “Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4, 7)”8.
Toda nuestra vida debe ser una continua acción de gracias. Recordemos con frecuencia los dones naturales y las gracias que el Señor nos da, y no perdamos la alegría cuando pensemos que nos falta algo, porque incluso eso mismo de lo que carecemos es, posiblemente, una preparación para recibir un bien más alto. Recordad las maravillas que Él ha obrado9, nos exhorta el Salmista. El samaritano, a través del gran mal de su lepra, conoció a Jesucristo, y por ser agradecido se ganó su amistad y el incomparable don de la fe: Levántate y vete: tu fe te ha salvado. Los nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que les había reservado el Señor. Porque –como enseña San Bernardo– “a quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios con razón se le prometen muchos más. Pues el que se muestra fiel en lo poco, con justo derecho será constituido sobre lo mucho, así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha recibido antes”10.
Agradezcamos todo al Señor. Vivamos con la alegría de estar llenos de regalos de Dios; no dejemos de apreciarlos. “¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? —Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: “¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno!...”“11. ¿Agradecemos, por ejemplo, la facilidad para limpiar nuestros pecados en el Sacramento del perdón? ¿Damos gracias frecuentemente por el inmenso don de tener a Jesucristo con nosotros en la misma ciudad, quizá en la misma calle, en la Sagrada Eucaristía?
III. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas12, invita el Salmo responsorial. Cuando vivimos de fe, solo encontramos motivos para el agradecimiento. “Ninguno hay que, a poco que reflexione, no halle fácilmente en sí mismo motivos que le obligan a ser agradecido con Dios (...). Al conocer lo que Él nos ha dado, encontraremos muchísimos dones por los que dar gracias continuamente”13.
Muchos favores del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos diariamente, y por eso, en esos casos, el agradecimiento a Dios debe pasar por esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea menos dura, la tierra más grata y el Cielo más próximo. Al darle gracias a ellas, se las damos a Dios, que se hace presente en nuestros hermanos los hombres. No nos quedemos cortos a la hora de corresponder. “No creamos cumplir con los hombres porque les damos, por su trabajo y servicios, la compensación pecuniaria que necesitan para vivir. Nos han dado algo más que un don material. Los maestros nos han instruido, y los que nos han enseñado el oficio, o también el médico que ha atendido la enfermedad de un hijo y lo ha salvado de la muerte, y tantos otros, nos han abierto los tesoros de su inteligencia, de su ciencia, de su habilidad, de su bondad. Eso no se paga con billetes de banco, porque nos han dado su alma. Pero también el carbón que nos calienta representa el trabajo penoso del minero; el pan que comemos, la fatiga del campesino: nos han entregado un poco de su vida. Vivimos de la vida de nuestros hermanos. Eso no se retribuye con dinero. Todos han puesto su corazón entero en el cumplimiento de su deber social: tienen derecho a que nuestro corazón lo reconozca”14. De modo muy particular, nuestra gratitud se ha de dirigir a quienes nos ayudan a encontrar el camino que conduce a Dios.
El Señor se siente dichoso cuando también nos ve agradecidos con todos aquellos que cada día nos favorecen de mil maneras. Para eso es necesario pararnos, decir sencillamente “gracias” con un gesto amable que compensa la brevedad de la palabra... Es muy posible que aquellos nueve leprosos ya sanados bendijeran a Jesús en su corazón..., pero no volvieron atrás, como hizo el samaritano, para encontrarse con Jesús, que esperaba. Quizá tuvieron la intención de hacerlo... y el Maestro se quedó aguardando. También es significativo que fuera un extranjero quien volviera a dar las gracias. Nos recuerda a nosotros que a veces estamos más atentos a agradecer un servicio ocasional de un extraño y quizá damos menos importancia a las continuas delicadezas y consideraciones que recibimos de los más allegados.
No existe un solo día en que Dios no nos conceda alguna gracia particular y extraordinaria. No dejemos pasar el examen de conciencia de cada noche sin decirle al Señor: “Gracias, Señor, por todo”. No dejemos pasar un solo día sin pedir abundantes bendiciones del Señor para aquellos, conocidos o no, que nos han procurado algún bien. La oración es, también, un eficaz medio para agradecer: Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado...
1 2 Rey 5, 14-17. — 2 Lc 17, 11-19. — 3 Cfr. Lev 13, 45. — 4 Cfr. 2 Rey 17, 24 ss.; Jn 4, 9. — 5 Cfr. Lev 14, 2. — 6 San Agustín, Epístola 72. — 7 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 25, 4. — 8 San Agustín, Sermón 176, 6.— 9 Sal 104, 5. — 10 San Bernardo, Comentario al Salmo 50, 4, 1. — 11 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 894. — 12 Salmo responsorial. Sal 97, 1-4. — 13 San Bernardo, Homilía para el Domingo VI después de Pentecostés, 25, 4. — 14 G. Chevrot, “Pero Yo os digo”, Rialp, Madrid 1981, pp. 117-118.
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† Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

San Eduardo Rey
Año 1066

Que Dios santísimo nos conceda
muchos gobernantes tan virtuosos
como San Eduardo rey.
Dichoso el que teme ofender al Señor.
Le irá bien (Salmos).

Nuestro Señor
        Jesucristo en la CruzEduardo quiere decir: el que protege la propiedad (Ed = propiedad. Uard: el que protege).
Este fue el más popular de los reyes ingleses de la antigüedad. Tres cualidades le merecieron su fama de santo: era muy piadoso, sumamente amable y muy amante de la paz.
Era hijo de Etelredo y a los diez años fue desterrado a Normandía, Francia, de donde no pudo volver a Inglaterra sino cuando ya tenía 40 años.
Dicen que conservó perpetua castidad.
San Eduardo tuvo unos modos de actuar que lo hicieron sumamente popular entre sus súbditos y lo convirtieron como en un modelo para sus futuros reyes. Lo primero que hizo fue suprimir el impuesto de guerra, que arruinaba mucho a la gente. Luego durante su largo reinado procuró vivir en la más completa armonía con las cámaras legislativas (que el dividió en dos: cámara de los lores y cámara de los comunes). Se preocupó siempre por obtener que gran cantidad de los impuestos que se recogían, se repartieran entre las gentes más necesitadas.
San Eduardo
        ReyUn autor que vivió en ese tiempo nos dejó los siguientes datos acerca de San Eduardo: "Era un verdadero hombre de Dios. Vivía como un ángel en medio de tantas ocupaciones materiales y se notaba que Dios lo ayudaba en todo. Eran tan bondadoso que jamás humilló con sus palabras ni al último de sus servidores. Se mostraba especialmente generoso con los pobres, y con los emigrantes, y ayudaba mucho a los monjes. Aún el tiempo en que estaba en vacaciones y dedicado a la cacería, ni un solo día dejaba de asistir a la santa misa. Era alto, majestuoso, de rostro sonrosado y cabellos blancos. Su sola presencia inspiraba cariño y aprecio".
Cuando Eduardo estaba desterrado en Normandía prometió a Dios que si lograba volver a Inglaterra iría en peregrinación a Roma a llevar una donación al Sumo Pontífice. Cuando ya fue rey, contó a sus colaboradores el juramento que había hecho, pero estos le dijeron: "el reino está en paz porque todos le obedecen con gusto Pero si se va a hacer un viaje tan largo, estallará la guerra civil y se arruinará el país". Entonces envió unos embajadores a consultar al Papa San León Nono, el cual le mandó decir que le permitía cambiar su promesa por otra: dar para los pobres lo que iba a gastar en el viaje, y construir un buen convento para religiosos. Así lo hizo puntualmente: repartió entre la gente pobre todo lo que había ahorrado para hacer el viaje, y vendiendo varias de sus propiedades, construyó un convento para 70 monjes, la famosa Abadía de Westminster (nombre que significa: monasterio del occidente: West = oeste u occidente. Minster = monasterio). En la catedral que hay en ese sitio es donde sepultan a los reyes de Inglaterra.
En el año 1066, desgastado de tanto trabajar por su religión y por su pueblo, sintió que le llegaba la hora de la muerte. A los que lloraban al verlo morir, les dijo: "No se aflijan ni se entristezcan, pues yo dejo esta tierra, lugar de dolor y de peligros, para ir a la Patria Celestial donde la paz reina para siempre".
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Alejandrina María da Costa, Beata Apóstol del sufrimiento reparador, 13 de octubre  
Alejandrina María da Costa, Beata
Laica
Martirologio Romano: En el lugar de Balasar, cerca de Braga, en Portugal, beata Alejandrina María da Costa, que al intentar huir de quien la perseguía con mala intención, quedó imposibilitada en todos sus miembros, encontrando en la contemplación de la Eucaristía el modo de ofrecer al Señor todos sus dolores por amor de Dios y de los hermanos más necesitados (1955).

Laica portuguesa, miembro de la Unión de Cooperadores Salesianos, apóstol del sufrimiento reparador (fecha de beatificación: 25 de abril de 2004).

Nació en Balasar, provincia de Oporto y archidiócesis de Braga (Portugal) el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado santo. Fue educada cristianamente por su madre, junto con su hermana Deolinda. Alejandrina permaneció con su familia hasta los siete años; después fue enviada a Póvoa do Varzim, donde se alojó con la familia de un carpintero, para poder asistir a la escuela primaria, pues no había en Balasar. Allí hizo la primera comunión en 1911; el año siguiente recibió el sacramento de la confirmación.

Después de dieciocho meses, volvió a Balasar. Con su madre y su hermana se trasladó, luego, a vivir a la localidad de “Calvario”, donde permaneció hasta su muerte.

Comenzó a trabajar en el campo. Su adolescencia fue muy feliz; tenía un carácter comunicativo, y era muy apreciada por sus compañeras. Sin embargo, a los doce años se enfermó: una grave infección (quizá tifoidea) la llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero a consecuencia de ello, su constitución quedó debilitada para siempre.

Cuando tenía catorce años sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado santo de 1918. Ese día ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz realizaban su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres trataban de entrar en su casa. A pesar de que las puertas estaban cerradas, los tres lograron forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su pureza amenazada, no dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro metros. Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto, las diversas visitas médicas a las que se sometió sucesivamente diagnosticaron siempre con mayor claridad un hecho irreversible.

Hasta los diecinueve años pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde, totalmente contrahecha, permanecía gustosa, con gran admiración de la gente. La parálisis fue progresando cada vez más, hasta que los dolores se volvieron horribles, las articulaciones perdieron su movimiento y ella quedó completamente paralítica. Era el 14 de abril de 1925. En los restantes treinta años de su vida Alejandrina no pudo levantarse de la cama.

Hasta el año 1928 no dejó de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la curación, prometiendo que, si se curaba, se haría misionera. Pero, cuando comprendió que el sufrimiento era su vocación, lo abrazó con prontitud. Decía: “Nuestra Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la conformidad completa a la voluntad de Dios y, por último, el deseo de sufrir”.

A este período se remontan sus primeros fenómenos místicos, cuando inició una vida de profunda unión con Jesús en el sagrario, por medio de María santísima. Un día que estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: “Jesús, tú estás prisionero en el sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía”.

Desde entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del sagrario. Pasaba sus noches como peregrinando de sagrario en sagrario. En cada misa se ofrecía al eterno Padre como víctima por los pecadores, junto con Jesús y según sus intenciones. En la medida en que percibía de manera más clara su vocación de víctima, crecía en ella el amor al sufrimiento. Hizo el voto de hacer siempre lo que fuera más perfecto.

Del viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea, 182 veces, vivió cada viernes los sufrimientos de la Pasión. Superando su estado habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de fortísimos dolores, reproducía los diversos momentos del vía crucis, durante tres horas y media.

“Amar, sufrir, reparar” fue el programa que le indicó el Señor. Desde 1934, por mandato de su director espiritual, ponía por escrito todo lo que le decía
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