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Perdónanos, Madre, aunque a veces sí sabemos lo que hacemos |
Lo matarían en poco tiempo. ¿Y qué clase de muerte?
Las había horribles. Horrible sería morir para tu Hijo. ¿La
degollación, la horca, la cruz? Lo que siempre habías temido,
por fin había llegado: “Mi Hijo morirá en breve”. Y
tal vez de una muerte horrible. ¿Qué mal había hecho?
Ninguno, nunca, a nadie. Pero estaba profetizado y tenía que
suceder. La espada de Simeón penetraba en tu corazón de
forma cruel. Escuchas un griterío, ves gente que corre enardecida.
Te imaginas lo peor. Lo van a hacer pedazos.
Cruzando unas
calles alcanzas a ver sobresaliendo entre la multitud tres cruces.
La espada se clava mucho más. ¿Escuchaste? “Si eres el
Hijo de Dios...” No puede ser otro que tu Hijo.
Te lo han confirmado los insultos de la plebe. No
solo morirá pronto. Morirá crucificado... Nada ni nadie le salvará.
Los soldados lo vigilan. La voluntad de Dios está clara.
¿Aceptarla? ¡Qué terrible, qué agonía! Prefieres morir Tú mil veces...
Un golpe seco y una de las cruces desaparece por
momentos. Está tirada en el piso y en el piso
también yace tirado tu Hijo: No puede con la cruz.
La flagelación fue horrible y no le quedan fuerzas más
que para exhalar el último suspiro. Aumenta el griterío, los
insultos, los estallidos de los látigos sobre la espalda
triturada.
Por fin logras acercarte y contemplar de cerca la
escena. Tus ojos se encuentran con los de Jesús; tu
amor y el suyo se abrazan en un nudo de
dolor y de ternura. Le dices con todo tu ser
que estás ahí y estarás con Él, acompañándole, confortándole, hasta
el final. El encuentro del Nuevo Adán con la Nueva
Eva hubiera amansado a la fiera más feroz. Penosamente
la cruz avanza hacia el agujero preparado en el
piso del Calvario donde será plantada como árbol de
vida. El Cirineo le ayuda. Es un alivio.
Un hombre que se anima a llevar la cruz en
su lugar. Pero ahora la cruz avanza más rápido hacia
el lugar de la ejecución. Un hombre robusto la lleva.
Cuanto le agradece a ese hombre desconocido, como a todos
los que hacen más llevadero el dolor de Jesús. Hay
muchos Cireneos y Verónicas que se compadecen, que ayudan
a Jesús en la terrible tarea de la redención del
hombre.
Una mujer valiente también se compadece, logra acercarse y secarle
el rostro ensangrentado. Jesús agradece a todas las Verónicas que
le acompañan en su dolor. María también agradece a
los miles de almas que acompañan a Jesús en su
sufrimiento. Se escucha un golpe seco de madera pero
amortiguado porque cae sobre la espalda de Jesús. La cruz
le golpea, le machaca un poco más antes de matarlo
del todo. Pero Jesús no maldice la cruz. Sabe que
la cruz es un cetro, un trono y el instrumento
precioso de la redención. Los cristianos que han comprendido
no maldicen la cruz, la veneran. “Líbreme Dios de gloriarme
en nada sino es en la cruza de nuestro Señor
Jesucristo...” San Pablo. Cada uno lleva
su cruz hacia su propia montaña del Calvario. Unos reniegan,
otros la abrazan; pero todos llevan su cruz. Esas cruces,
comenzando por la de Jesús y la de todos los
demás formarán en el cielo un bosque sagrado que visitaremos
de rodillas. Jesús merece toda la compasión, pero no
la pide. El se compadece de todas aquellas mujeres que
lloran por Él: “No lloréis por mí, llorad, más bien,
por vosotras y por vuestros hijos...” Y da la razón
del leño verde y del leño seco. Tan en serio
quiso tomarse la redención el leño verde que por algo
será. Jesús recordó en ese momento el infierno eterno
donde irán a parar los leños secos. Se lo recordó
a las madres de los duros hebreos y a todas
las que quisieran oírlo. Tercera caída, La cruz le aplasta, el
pecado de toda la Humanidad le doblega; es un gusano
que se arrastra por el suelo. Tal vez murió por
un rato. Y a base de golpes volvió en sí.
Se incorporó de nuevo. Jesús cae, pero siempre se levanta.
Así nos enseña qué hacer cuando caemos: Levantarnos siempre.
Y volver a empezar. Seguir nuestro camino. Perdónales, Padre, porque no
saben lo que hacen.
Esa palabra apagó el incendio de odio de
todo el mundo contra Él. Los excusa. Ciertamente unos
no saben, otros sí. Pero Cristo los excusa a todos,
a todos perdona, y morirá habiendo perdonado a todos los
hombres, y sin almacenar una gota de rencor hacia ninguno.
Un perdón más ancho que el mar, más inmenso que
el cielo. Jesús no sabía odiar, sólo amar. El perdón
es una finura del amor. Al pedir perdón por todos
demostró que amaba a todos. Madre,
que escuchaste esta palabra de Jesús, nosotros te decimos “Perdónanos,
Madre, aunque a veces sí sabemos lo que hacemos”.
Ese perdón llega fresco, director, eficaz, al
pecador, cada vez que se arrodilla en el confesionario. Los
condenados están perdonados, pero no quisieron el perdón. Se
requería un mínimo de humildad y arrepentimiento, pero ni eso
tuvieron. Mientras que otros, al menos al final, incluso en
el último día, lo tuvieron, y se salvaron.
El buen ladrón
fue uno de estos. ¿Qué le movió el corazón a
hacer la oración que le salvó su alma?¿El encuentro de
María con Jesús?¿La paciencia y humildad infinita del Redentor? El
caso es que se dejó mover por la gracia
y oró así: “Acuérdate de mí, cuando estés en tu
Reino”. Reprochó primero a su compañero por su comportamiento. Y
este reproche y la respuesta de Jesús deberían haberle hecho
recapacitar. Pero prefirió morder el anzuelo del orgullo y perderse
para siempre. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Jesús prometió
el cielo para más adelante a muchos. Pero darlo el
mismo día sólo a este ladrón. ¡Bendito!
Preguntas o comentarios al autor
P.
Mariano de Blas LC
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Para que reces muy bien el rosario,
consulta El Santo Rosario Qué es el rosario,
cómo se reza, historia, oraciones, promesas, bendiciones y beneficios.
Vamos a
meditar las palabras del Ave María, para que
al repetirlas disfrutemos mas el Rosario. Y también las
palabras del Salve Regina
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