viernes, 11 de diciembre de 2015

El Papa inaugura el Año Santo pidiendo que se anteponga la misericordia al juicio


Visiblemente cansado al término de la misa celebrada en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco se acercó poco después de las once a la puerta santa de la basílica y empujo con fuerza, con las dos manos, unos batientes que parecían resistirse obstinadamente hasta que por fin se abrieron. El Papa no utilizó el martillo, tradicional durante siglos, sino el empuje de sus manos.
Francisco permaneció un rato rezando en silencio en el umbral, antes de atravesar la puerta y permanecer allí esperando a la segunda persona que iba a franquearla: el Papa emérito Benedicto XVI, que caminaba con dificultad, apoyándose en un bastón y en su secretario, Georg Gaenswein.Allí volvieron a saludarse con afecto, visiblemente contentos. Después cruzarían la puerta los asistentes a la misa, comenzando por el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella y el primer ministro Matteo Renzi.
El Jubileo de la Misericordia, iniciado por el Papa para la República Centroafricana el domingo pasado en Bangui, ha sido inaugurado ahora para el mundo entero en la fiesta de la Inmaculada Concepción y 50 aniversario de la clausura solemne del Concilio Vaticano II. El próximo domingo, cada obispo abrirá la puerta santa de la catedral de su diócesis, en el primer jubileo que permite ganar las indulgencias en miles de lugares del mundo entero.
Como corresponde al momento actual, y al espíritu de «salir a las periferias», se trata del primer jubileo «glocal», es decir, global y local a la vez. Por otra parte, se extiende espiritualmente a judíos y musulmanes,que también consideran la misericordia como el primer atributo del Dios único. Las personas enfermas o impedidas podrán ganar la indulgencia en sus casas, y los presos –que Francisco visita con frecuencia– cruzando la puerta de su celda.
Los fieles que llenaban la plaza de San Pedro rompieron en un aplauso cuando vieron en los monitores que el Papa emérito Benedicto XVIestaba junto a la puerta santa esperando a Francisco que, como siempre, le saludó con un abrazo.
Misa en la plaza
En una plaza de San Pedro teñida de gris por el cielo cubierto y la ligera llovizna, el Papa Francisco había presidido poco antes la misa de apertura del Año Santo de la Misericordia y afirmado en su homilía que «debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia».
La celebración eucarística, precedente a la apertura de la puerta santa situada en la nave derecha de la basílica, incluyó varias lecturas alusivas a la generosidad y el amor materno de Dios Padre. En su homilía, el Papa explicó que «entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia».
Sorprendiendo a algunas personas demasiado rígidas entre las decenas de millares de fieles que asistían a la misa en la plaza, el Santo Padre añadió que «se comete una gran ofensa a Dios y a su gracia cuando se afirma ante todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia».
Según Francisco, «atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado. Vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo». El Papa se refirió también a «otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo”.
Exactamente en el 50 aniversario de la clausura de aquella magna asamblea por Pablo VI, Francisco afirmó que, aparte de los magníficos documentos elaborados, «el Concilio fue en primer lugar un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo».
Fue, según el Papa, «un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...»
El aniversario invita a «retomar el impulso misionero» y, sobre todo, «nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II: el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del Concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano».
Ese es su modelo de cristiano: la persona que ayuda, que soluciona problemas, incluso los de los demás e incluso contribuyendo con la propia cartera. Esa es la solución para un mundo desconcertado y asustado en medio de «una tercera guerra mundial a trozos», cuyos mecanismos siniestros resultan difíciles de descubrir, pero destruyen con avidez vidas humanas, el patrimonio de la humanidad y la convivencia serena en la «casa común».

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