sábado, 26 de diciembre de 2015

Su vientre fue “más vasto que el cielo”


La Sinaxis de la Madre de Dios es probablemente la más antigua de las fiestas marianas (Siglo V) en la Iglesia Bizantina.

El niñito reclinado en el pesebre no es un simple hombre llamado a recibir la gracia divina en recompensa a sus virtudes, como los Santos o los Profetas, un elegido de Dios o un hombre divinizado (teofórico), sino el Verbo verdadero, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre para renovar, recrear y restaurar en Sí mismo la imagen de Dios, empañada y deformada por el pecado.

Paraíso Espiritual del “Segundo Adán”, Templo de la Divinidad, Puente que une la tierra con el Cielo, Escalera por la cual Dios desciende a la tierra y el hombre sube al Cielo, la Madre de Dios es más venerable que los Querubines, Serafines y todas las Potencias celestes, abrigando a Cristo en su vientre “más vasto que el cielo” es ahora el Trono de Dios.

Gracias a Ella, el hombre es elevado por encima de los Ángeles y la gloria de la Divinidad resplandece en su cuerpo. 

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